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EL HOMBRE DE PIEDRA

Por esta lápida, colocada en la iglesia del Salvador, vemos la devoción (y obligación) que existía en Sevilla de ponerse de rodillas en el suelo cuando pasase el Santísimo Sacramento, aunque hubiera lodo por haber llovido; piadosa costumbre de la que no se libraba ni siquiera el rey ni los más altos caballeros, so pena de perder el caballo y pagar seiscientos maravedises de multa; y el que no tuviera caballo ni bienes, perder la ropa que llevase puesta.

Vista así, la reverencia con que se miraba al Santísimo Sacramento en tiempos pasado, volvamos a la barriada de San Lorenzo, en cuya calle Buen Rostro, (que como hemos dicho, era como se llamaba antes la calle Hombre de Piedra), había una taberna, allá por los años del siglo XV. Y sucedió que se encontraba en la taberna varios compadres, bebiendo vino, cuando se oyó venir por la dirección de la parroquia de San Lorenzo, el tintineo de una campanilla acompañada de un susurro de voces que rezaban.

Se asomaron los compadres a la puerta de la taberna, y vieron aparecer, en el comienzo de la calle, un reducido grupo de personas con velas y faroles, que iban acompañando al cura párroco, el cual portaba en las manos y apretada contra su pecho, la cajita del Viático en la que llevaba la Hostia para dar la última comunión a un enfermo.

Al ver aproximarse la comitiva, los compadres de la taberna, aunque eran gentes poco religiosas, más dados al vino y al juego que a la piedad, interrumpieron sus conversaciones y se aprestaron a arrodillarse un instante mientras pasaba el Sacramento. Pero uno de ellos, llamado Mateo el Rubio, que se tenía por valiente y era el matón del barrio, haciendo alarde de incredulidad para demostrar su temple ente los otros, dijo en voz alta:
- Ea, hatajo de gallinas, que os arrodilláis como mujeres. Ahora veréis un hombre tener... . Y no me arrodillaré, sino que me quedaré de pie para siempre.

 

Y en efecto permaneció allí para siempre, pues un trueno ensordecedor estalló sobre la calle, y sobre el impío cayó un rayo que lo convirtió en piedra, hundiéndole hasta las rodillas en el suelo. Allí permanece desde hace más de cinco siglos el pecador blasfemo que se atrevió a desafiar el poder de Dios.

Por este ejemplar escarmiento, la calle Buen Rostro se llama desde entonces Hombre de Piedra, donde aún puede verse al testimonio de aquel terrible suceso.

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